viernes, 18 de abril de 2014

PRIMER DÍA EN MADRID


Querido Fran:

Coincidir esa noche en Madrid, tú procedente de Londres y yo de Tenerife, después de tanto tiempo sin vernos fue para mí una gran alegría. Como sé que te gusta que te cuente mis historias, a donde quiera que vaya, comenzaré por el principio.
Al día siguiente, mientras tú volabas a Tenerife, yo comencé a trabajar. Por la tarde, después de almorzar decidí que, antes de preparar las clases del día siguiente, debía hacerle los honores a una ciudad tan monumental como Madrid. Pocas ciudades pueden presumir de tal honor: París, Roma y alguna más, pero no muchas.  Te diré que hacía frío por lo que iba envuelta en el uniforme de esta temporada: un pluma de color beige con cuello de pelo de conejo y un pañuelo al cuello. ¡Ah! Pero maravilla de las maravillas, no me acordaba de que el frío de Madrid es seco, sin humedad marina, por lo que mi pelo, recién lavado, rizado y recogido con dos coquetas trabillas seguía en su sitio, suave y cariñoso alrededor de mis orejas. Comencé a andar por delante del Museo del Prado, que me quedaba a dos calles y, a medida que avanzaba por delante en busca de la entrada, veía los grupos de palomas picoteando en el suelo como posesas o eludiendo el cortejo de los palomos que se afanaban por pescar a la elegida de su corazón. No obstante, algo me llamó la atención: las palomas del centro de Madrid padecen de obesidad mórbida. No te rías que es cierto, tanto es así, que cuando me acercaba a ellas no echaban a volar sino que corrían. Seguí fijándome y comprobé que levantar el vuelo era un ejercicio que solo podían hacerlo unas pocas y, sin pasarse, a la rama más cercana y más baja del árbol más próximo, mientras las demás, arrastraban el cuerpo por el suelo y se desplazaban de un lado a otro con sus patas de palillos y mirada de fastidio. No me extrañó verlas tan gordas, tienen comida por un tubo ya que, vayas por donde vayas, en los bajos de los edificios, la mayoría del XIX y XX, te encuentras: un bar, una cafetería, un bar, un banco, un bar, una iglesia y enfrente una boca de metro. Más o menos esa es la disposición y la gente compra cualquier comida rápida, se sienta en un banco y la saborea rodeada de un cortejo plumífero.  A medida que te acercas a Sol la cosa cambia un poco: tienda de ropa, tienda de ropa, tienda de calzado, un bar o cafetería y, por supuesto, una iglesia.







                                                                   






           Como te iba diciendo llegué al museo, pero antes de entrar quise ver la ampliación de Rafael Moneo y me senté un rato en el borde de un seto a admirar su obra mientras me calentaban los rayos de un sol tímido y pobre, pero calientes al fin y al cabo.  Miré hacia la Iglesia de los Jerónimos y me decepcionó verla cerrada. Y aquí viene la primera historia de Madrid.
Desde donde me hallaba vi venir a una chica de treinta y tantos que pasó por delante de la iglesia mirando al frente, vestida muy de ejecutiva: traje de chaqueta y pantalón azul marino, blusa blanca y tacones de altura razonable. En la mano portaba un maletín color beige y un bolso al hombro. El pelo lo llevaba recogido en una coleta y solo un poco de rimel en las pestañas. Sus aires decididos al andar te indicaban que no era la primera vez que pasaba por allí, o mejor dicho, era su camino habitual hacia su destino. No me preguntes por qué, lo cierto es que me dije en plan zorrina:  ¿a qué no sabe que esa iglesia es la de los Jerónimos?  Según lo pensé me acerqué a ella y pude observarla más de cerca. Tenía un físico agradable sin llegar a ser guapa. Se paró para atenderme y oyó mi pregunta con atención:
_Perdona, ¿sabrías decirme si esa iglesia es la de los Jerónimos?
Giró la cabeza para mirarla y en medio de cierta confusión contestó:
_ Me ha pillado, dijo un tanto azorada, la verdad es que no lo sé. Y eso que paso todos los días por aquí y soy de Madrid y se echó a reír.
Yo seguía atenta a sus palabras cual guiri educada e ignorante y entonces concluyó:
_De todas formas, creo que no, los Jerónimos me parece que está subiendo por la calle del Congreso que se llama la Carrera de los Jerónimos, y el nombre estoy segura de que es por la iglesia que está cerca, que será la que Ud. busca.
A todas estas, la mole de la iglesia estaba a 10 metros de donde nos hallábamos y desde allí podían verse las cartelas que anunciaban el horario de apertura de la iglesia para los oficios. No hizo intención de cerciorarse acercándose para leerlas sino que, muy educadamente, comenzó a andar mientras se despedía:
_ Lo siento, no puedo ayudarla, tengo que marcharme y ahora que lo pienso, estoy segura de que no es la de los Jerónimos, pero tampoco sé su nombre.
_ No te preocupes, le dije con mi mejor sonrisa agradecida, ya lo averiguaré. Entonces me rodé dos pasos de donde me hallaba y un enorme cartel del Museo anunciaba: “ENTRADA DE LOS JERÓNIMOS” y, a su lado, una foto del bellísimo cuadro de Jean Fouquet, “La virgen con los ángeles” obra invitada del Real Museo de Amberes de dos metros de alto. Creí que se daría cuenta y haría una asociación de ideas pero no, echó a andar muy deprisa a donde quiera que tuviese que llegar mientras supuse que iba pensando: “Esta gente viene a hacer turismo a Madrid y son incapaces de comprarse una guía”.



La Iglesia de los Jerónimos con el claustro y los setos de la ampliación del Prado de R. Moneo

-Qué tal?, como diría una venezolana, que traducido al español de la península es ¿Qué te parece?
 Pues sí, nacida, criada y estudiada en Madrid, pasando todos los días por delante y ya ves, no es fácil ser un guía de turismo. Me consolé pensando, “no te preocupes, lo aprenderá el día que vaya a casarse, porque lo hará en los  Jerónimos, esa será su penitencia.

Me tengo que despedir porque me esperan, pero te prometo que seguiré contándote todo lo sucedido en mi larga estancia en la ciudad imperial. ¡Qué belleza de ciudad! Cada vez que voy descubro algo nuevo, cada piedra te cuenta una historia. Si adecentaran un poco más algunas fachadas e hicieran más publicidad de la ciudad se acabaría la crisis en dos días. No habría hoteles para albergar a los turistas. Creo que es cuestión de imaginación más que de dinero.

À toute à l’heure mon cheri.   



  








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