
Aquí estoy de nuevo. Y digo yo, ¿qué finalidad tiene el programa que se llama, algo así como "Casas para ricos" o "Casas para ver pero no tocar" o "Jódete que tú no puedes ni acercarte"? Creo que el nombre auténtico es más sutil, por algo estamos en crisis. Pero a lo que vamos; estaba viendo por la tele una de esas casas que, tal y como te la muestran, a duras penas puedes hacerte una idea de cómo es en realidad, ya que los espacios que te enseñan son tan grandes e inútiles como vulgares, vulgares porque no tienen otra finalidad que mostrar, (aunque enmascarada bajo un velo de apariencia de clase) la ostentación típica de los nuevos ricos; son espacios sin sentido, sin una finalidad clara, salvo una presunción puramente arquitectónica. Si a eso le sumamos el pedante comentario del Fulanito que la está mostrando,disfrazado tras una actitud de indiferencia, de que "los propietarios apenas la han vivido, solo se han celebrado fiestas y reuniones de amigos o con grandes magnates" ¿Magnates? ¿Magnates de qué: cáscaras de alpiste, pipas de girasol o quizás de cualquier otra materia prima imprescindible para la vida, como el pienso para perros? Me quedó la desagradable sensación de estar viendo y oyendo la estupidez más absurda de mi vida. Claro que, el Fulanito que mostraba la casa a la periodista, daba la impresión de ser más tonto que las tumbonas de las piscinas pues, sus explicaciones sobre las excelencias de la casa, adolecían de una falsa naturalidad rayanas en el insulto.
Yo aguardaba con paciencia porque tenía curiosidad por ver en qué iba acabar todo aquello, no sé, esperaba que el Fulanito se guardara para el final algún dato interesante, ya fuera sobre la arquitectura de la casa, sobre alguna obra de arte de valor que poseyeran los dueños... en fin, algo de sustancia que añadiera una pizca de pimienta a una construcción donde lo único de valor que yo le apreciaba era el trabajo de la mano de obra, de albañilería, de carpintería y poco más.
Sin embargo, me llevé un chasco morrocotudo, porque, nada de lo que esperaba se cumplió; el reportaje estaba estudiado para que la cámara se paseara por espacios casi vacíos, escaleras sinuosas, paredes limpias, salvo algún cuadro muy efectista pero sin gran interés artístico, enormes ventanales y alturas desiguales que iban desde los tres metros y medio hasta los diez o más, en alguna zona. Cuando el cámara se dignó bajar, por fin, la cámara al suelo, me dio un subidón de adrenalina; todos los muebles de diseño minimalistas, blancos nucleares, estaban dispuestos en centros de interés POR PARTIDA DOBLE EXACTA, es decir, te encontrabas que en una estancia como el salón por ej. todo estaba duplicado: los sofás, las mesitas, los ceniceros, las lámparas, las alfombras... a lo que el Fulanito, con un ademán de las manos y un movimiento de cabeza muy cursis, atinó a decir "Muy original, como ves" dirigiéndose a la pobre periodista que no podía disimular su asombro y que solo pudo esbozar una sonrisa forzada. Después de tanta duplicidad, que por momentos creí que me pasaba algo en la vista, se dirigieron hacia el exterior, donde, a Dios gracias, esperaba que allí desapareciera el efecto óptico de minutos antes. Pero me equivoqué y por goleada, pues, nada más pisar el césped divisé, a distintas distancias, dos piscinas, cómo no, muy efectistas y solitarias. Como era de rigor, de aguas limpias y cálidas en apariencia, donde se reflejaba el azul de un cielo mediterráneo. Este reflejo fue lo único auténtico de todo lo que vi. De pronto, la periodista lanzó una pregunta interesante: ¿Y en cuanto se vende esta magnífica propiedad, Fulanito? "Pues verás", le contesta el hombre estirado, "en siete millones y medio de euros". "¡Ah, la verdad es que lo vale, con estas vistas al mar y demás"... ¿Crees que en estos tiempos que corren hay compradores interesados? preguntó la periodista, con voz entrecortada, una chica demasiado joven e impresionable. "Ni te imaginas cuantos", le contestó el Fulanito esbozando una sonrisa de hiena. "De hecho ya casi tenemos cerrada la venta".
La verdad sea dicha, la oferta del Fulanito no me pareció descabellada; si lo pensaba bien, el precio era asequible para cualquiera: jubilado, funcionario, empleado, pequeños comerciantes... vamos, para la mayor parte de la sociedad española que se encuentra ahora viviendo su mejor momento. Al fin y al cabo, era un lugar soleado, perfecto para eliminar toxinas, para liberar el estrés de tanto trabajo como hay ahora sin contar las horas extras que te exige el empresario y, como redondeo de la compra, las fámulas filipinas venían incorporadas. Así que pensé: ¿Por qué no darme este capricho? Cuando casi lo tenía decidido y había anotado el teléfono de la cadena que lo emitía, sucedió algo inesperado. El Fulanito se dirigió a la periodista y con su mejor sonrisa sibilina y de suficiencia, le dijo: "Bueno, querida, tengo que aclararte una cosa , ese es el precio de la propiedad, vacía, sin muebles". ¡Qué batacazo! ¡Qué desilusión! Ya no pude poner más atención porque el mundo desapareció tras la pantalla. ¿Para qué quiero yo la casa vacía, sin los muebles minimalistas a pares? Naturalmente, cambié de canal, pero me dije: "ya aparecerá otra oportunidad donde incluyan los muebles".
Bueno me voy, tengo cosas por hacer que reclaman mi real majestad, pero prometo escribir contando cualquier otra chorrada que se me ocurra que sea de interés cultural, económico o de negocio como éste.
Besos precipitados.