
El resultado se estaba mostrando imprevisible: 1-0, 1-1, 2-1, 2-2 (Sets) y mi mayor temor se cumplió: la llegada al 5º Set, donde esperaba que Djokovic, entre película y película, se disparara. Altanero por momentos, seguro de su triunfo, un Nadal a remolque y yo, muda, conteniendo el aliento y aferrada a las sábanas como si la vida se me fuera a escapar de un momento a otro. Creo que la tensión se me disparó en el momento en que Nadal igualó el marcador y ya en la recta final iban equiparados. ¿Crees que le puse atención? Ninguna, no podía ni mirar la tele, solo la oía mientras me sableaba las uñas. Pero te contaré algo que suele suceder en las grandes contiendas, vayan contigo o no: la emoción de un duelo se pega y así, en un momento dado, todos los inquilinos de la casa, en sus respectivas habitaciones estaban siguiendo el partido aunque no conociesen las reglas del juego. Hubo un momento en que salí a buscar un bollo de azúcar, (adiós a la dieta) porque la ansiedad me estaba matando y resultó que en el salón nos encontramos todos hablando de lo que estaba pasando en el duelo que se libraba a vida o muerte, allá en el París de la Francia.
La emoción subió de grado, se me puso por momentos en 25º la tensión arterial, por lo menos; las manos las tenía heladas, los pies no los sentía, mi cuerpo flotaba en la cama y hubo un segundo en que noté que levitaba, que mi cuerpo se levantaba a dos palmos del colchón como la niña del exorcista. Fueron unos minutos, los minutos últimos donde todo estaba a punto de desencadenarse, Vida o Muerte. Miré la cara de ambos jugadores, su expresión corporal, la determinación de uno y otro y entonces lo presentí. Una fracción de segundos nada más pero la expresión de Djokovic fue de miedo, de incertidumbre, de duda, una flaqueza que su oponente supo captar, estoy segura porque, a pesar del cansancio, Nadal distendió la frente, apretó la raqueta con fuerza, miró a su rival con furia contenida y le lanzó el último mensaje: "Adiós, esta vez me toca a mí". La pelota voló, interminable en su giro, buscando como colocarse en el punto justo de la arena; el público contuvo el aliento, quince mil personas en silencio seguían la dirección de la pelota, y por fin, llegó a su destino. Fue cuando me di cuenta de que había aterrizado en el colchón. No me preguntes qué hacía a dos palmos del mismo, pero me acuerdo de un profesor de árabe de la facultad que, un día nos habló de las situaciones límites, de lo que somos capaces de hacer cuando tu vida depende de lo que decidas en ese instante aterrador y comprendí que yo había estado en esa situación momentos antes, luchando codo a codo con Nadal, apoyándole, ayudándole a no flaquear y, esa horrible y emocionante tensión, había descolocado mi cuerpo, mi alma y todo mi ser.
Querida hermana, estoy agotada, revivir lo que pasó en ese épico partido me ha pasado factura: tengo agujetas en todo el cuerpo, no en balde he jugado casi cinco horas frente a uno de los mejores jugadores del circuito y he ganando, ¡HE GANADO! con mayúsculas, como debe ser. Sin embargo, me siento con fuerzas para dar un largo paseo por París, que como sabes, estoy convencida de que es la ciudad más hermosa del mundo, comprar un ramito de flores y deambular por las márgenes del Sena observando las idas y venidas de sus habitantes, sola y acompañada de mis recuerdos y mis emociones. Lo malo es que no estoy en París, pero no te preocupes, como si estuviera. La imaginación es poderosa. Por cierto, tengo que contarte lo que me sucedió hace unos días en una terraza mientras me tomaba un descanso y un cortado. Auténtico.
Besos a montones.
Pero qué pasión más tremenda!!! Es que eres tremenda!!!
ResponderEliminarNos ha encantado, el partido y tú habéis estado muy emocionantes. Lo que sería maravilloso es que Nadal pudiera leerlo y saber de tú admiración, le encantaría y lo apreciaría muchísimo.
Pero qué ritmo en la prosa, y qué simpática eres, que sepas que nos hemos reído mucho mientras lo leíamos.
En espera de más........un beso fuerte!!!